Esa mañana de luz encrucijada lo vivido del polen, el ansia en convulsión y un abrazo que parece ser el último, dejaban cristalinas casi transparentes veladuras en el desasosiego del lecho tendido entre las flores.
No se mide un instante ni dura en precisión más o más. No existe, tampoco, una boca que aprehenda a otra boca más allá de su anhelar; un ala es un espacio que deja de ser para transformarse en grito, espasmo o vuelta: sustancia del origen.
Yo no dije que te amaba porque el tiempo habría triturado mis huesos aun antes de que esta página cayera en abandono. No te dije nada. Juntos, la luz brotaba celular y desmedida y tú emprendiste seriamente el vuelo, sin llorar.
De: Horas ciegas, 1988
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